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lunes, 11 de marzo de 2024
VARIACIONES
jueves, 24 de marzo de 2022
martes, 22 de marzo de 2022
Cuatro preguntas para Jorge Volpi
Por Ricardo Herrera Alarcón
Jorge Volpi es licenciado en antropología. Creador e investigador en artes escénicas, ha publicado los libros de poesía Azúcar (2010) y Animales lentos (2016); codirector del proyecto "Estado natural, danza para primera infancia" (2019) y "Materia" (2018) con colectiva Una debacle. Su trabajo se caracteriza por indagar en los cruces entre la escritura, lo performativo y la visualidad.
Tuve el privilegio de conocer a Jorge desde que publicara su primer libro y desde ese momento he seguido la evolución de su poesía y su quehacer artístico. Es la suya una obra tremendamente vital y experimental y su actitud ante el trabajo poético tiene esa dosis de respiración y calle que le permite saltar de los libros a la vida de manera natural. De las relaciones entre cuerpo, movimiento y poesía, y cómo esta última traspasa los límites de la página para permear todo el quehacer cotidiano, entre otras cosas, nos habla Jorge a continuación.
1. Jorge, tú has realizado un trabajo escénico constante que involucra performance, danza y teatro. Te quería preguntar cómo dialogan estas manifestaciones artísticas con tu poesía.
Creo que son espacios que están interconectados entre sí, que se mueven y retroalimentan. En todas estas prácticas hay un pensamiento y un hacer poético, la escritura de poesía también es una acción que involucra un cuerpo sensitivo, o que permite la aparición de alteridades, otras voces, diferentes lugares de enunciación. Para mí estas cosas que hago se necesitan unas a otras. Las imágenes que aparecen en mi escritura tienen relaciones, coexisten, aparecen o vienen de otros lugares, en este sentido las acciones que hago —en la performance y la danza— se basan en la premisa de la presencia presente del cuerpo, investigando desde la idea del estar presente, con el cuerpo, en un estado de atención y percepción que se entrena a través de diferentes prácticas corporales, en ese sentido la escritura de poesía comparte ese estado de atención y percepción de lo circundante, porque escribir es un acto que se hace desde un cuerpo que siente y percibe.
Para mí el primer lugar es el del cuerpo. Desde ahí hay una relación, un diálogo con el entorno, con lo que veo, toco y escucho. Está el silencio y la escucha de los sonidos como espacio atravesado, complejo. Lo que escribo viene y está en un espacio comunicante, es un lugar de silencio y de ruidos. La escritura que hago es en silencio como una danza, como la red que teje una araña en el techo.
Por otra parte, pensaba en la relación con el tiempo, el hacer poesía me conecta con una idea y un hacer no productivo del tiempo, es un proceso bien lento, donde poco a poco voy encontrando pequeños signos, huellas que voy recolectando hasta componer algo, es una actividad de recolección, una temporalidad que se opone a la idea neoliberal del uso y consumo del tiempo, frente a esa velocidad prefiero observar las hojas que flotan en el agua.
2. Azúcar (2010), tu primer libro, es un trabajo más bien minimalista, centrado en preocupaciones cotidianas y en los cuales se despliega un abanico de imágenes sencillas y antirretóricas, donde el hablante tiende a fundirse contigo como ser real. Por otro lado, Animales lentos (2016) es un texto experimental que dialoga con cierta neovanguardia y juega con el formato, la diagramación, la utilización del plástico, la tipografía, el pixelado y la fotografía. Quisiera que nos hablaras de ese tránsito entre un libro y otro, en el cual median 6 años.
Azúcar fue el primer libro con un tono más bien íntimo construido desde un lenguaje cotidiano. Hay una conexión con una escritura más primera, cercana a una idea más convencional del poema. Esos textos los escribí en el contexto del taller de poesía de la fundación Neruda que dirigió Guido Eytel entre el 2009 y 2010 en Temuco, entonces en ese momento yo estaba terminando antropología. En este marco temporal aparece Azúcar como un primer paso muy importante, la primera publicación. Entre un libro y otro, hay muchos otros libros, lugares, personas, cosas, quehaceres, viajes y encuentros, comencé a dedicarme más a la danza, la performance, entremedio viví en Valparaíso, Temuco y Coquimbo.
En Animales lentos, emerge la construcción de una escritura desde la experimentación visual y textual, hay una mezcla de materiales de diferentes fuentes, escrituras expandidas, el uso de psicoactivos como experiencia provocadora de imágenes. La estética de Animales lentos tiene que ver con la idea del glitch, el pixel, lo borroso, lo confuso. Hay una búsqueda por experimentar con la escritura, con los materiales desde donde surgen los textos, la idea de la composición textual está muy presente, lo fragmentario, las imágenes y cómo hay vínculos entre las imágenes y los textos. Las imágenes que aparecen en Animales lentos son las que me acompañaron en ese proceso de escritura, también tiene que ver con la idea de ir registrando la aparición de una escritura híbrida, creo que es también producto de una experimentación con otros lenguajes, es como que aquí las cosas ya estaban mucho más confusas y movidas que en Azúcar, que hay un recorrido más claro, en Animales lentos se vuelve más inquietante, la lectura implica un poco más de tiempo. De alguna manera los textos se relacionan con eso indeterminado, un cuerpo que busca, un organismo vivo en expansión, un texto que se mueve.
3. ¿Cuáles son, hoy en día, tus proyectos artísticos?
Me encuentro trabajando en diferentes proyectos de investigación y procesos creativos relacionados con la poesía, la danza y las artes escénicas. En poesía me encuentro trabajando en el proceso de edición de un texto que espero poder publicar prontamente, en el que he estado lentamente avanzando estos últimos años. También estoy probando ideas entre la escritura y la performance, donde indago en la acción de escribir, instalando la presencia del cuerpo como activador de palabras e imágenes con diferentes materiales como el papel y la luz, son intervenciones en diferentes espacios de las que hay un registro. La palabra actúa como una superficie de significado que es puesta en relación con el espacio específico y los cuerpos que transitan por el lugar. Durante este año he podido investigar en este proyecto en Casa Varas que es un espacio cultural, como también en otros espacios públicos y domésticos. En artes escénicas estoy trabajando desde hace unos años con la colectiva Una debacle donde nos dedicamos a crear con diferentes lenguajes escénicos —danza, teatro de objetos y marionetas— y recientemente con Archivos críticos del cuerpo, un grupo de investigación en torno al archivo, lxs cuerpxs y el territorio local.
4. ¿Qué le dirías a un joven que comienza a escribir?
Le diría a alguien que comienza a escribir que se escuche, que se dé tiempo, que no se presione, que no se apure. Le diría que siga su intuición, que mire por las ventanas con las que se encuentre, que las abra, que respire profundo ese aire, que salga a caminar y escuche las conversaciones de las personas en la calle, que salga de paseo con amigxs que escriban y que hablen mucho de libros, de cine, de recuerdos, y disfrutar los encuentros, le diría que conozca de lxs autores de su territorio, hacer memoria, que se vincule con sus pares. Le diría que lea cuando lo necesite, que salga a andar en bici, a mirar los atardeceres, a escuchar el agua, a sentir el sol, que siga escribiendo lo que quiera, que en ese insistir en la escritura, en ese hacer van apareciendo cosas o se van encontrando huellas, pistas, símbolos. Le diría a alguien que comienza a escribir que comience a mover cosas, a moverse, a seguir su curiosidad y escuchar el ruido que produce ese movimiento.
publicado en revista Viaje inconcluso, agosto de 2021
La escritura del movimiento: Animales lentos, de Jorge Volpi Bravo.
Periferias Ediciones-Arte-Archivo. Temuco, 2016.
Por Ricardo Herrera Alarcón
En el verso “La manta doblada que pones bajo tu cabeza se deshace”, y en el espíritu del poema donde aparece (en prosa, como casi la mayoría, y sin título), la manta es el texto sobre el cual descansa y sueña el hablante. Texto como omisión, afán, curiosidad, palabras que al realizarse se dibujan de una manera brumosa e imprecisa. Fuego y agua como dos signos que cruzan la escritura: un viaje al interior de la palabra, que es humedad y calor. Imágenes visuales de un libro experimental y heredero, por cierto, de La nueva novela, de Exit, de Anteparaíso. Una edición de cincuenta ejemplares artesanales, plastificados, con imágenes del desierto y un pixelado que parece la materia orgánica de un jeans o un lino grueso, el uso de una variada tipografía y el fotocopiado que ya es una marca registrada de editoriales independientes como Poleo, Venérea o, en este caso, Periferias Ediciones-Arte-Archivo, que se niegan a la impresión digital e industrial de las imprentas. En algunos o muchos sentidos estos editores y poetas jóvenes han trasladado, a la sociedad de las redes sociales y la tecnología, la precariedad de la década de los ochenta en un signo de resistencia cultural que no es menor ni es tampoco un mero gesto. Hay un hastío, que no puedo sino compartir, por esta sociedad de la higiene y la uniformidad, donde el color de los libros combina con el decomural y las cortinas en el living room.
Jorge Volpi (Temuco, 1986) es otro en Animales lentos. O inventa un hablante lírico a años luz del temple y la resolución textual de Azúcar, su primer libro publicado el 2010. En Azúcar no existe la opacidad del lenguaje y los poemas se solucionan intentando que su lectura sea el camino natural que los lectores debemos tomar entre los vaivenes de una escudo al mediodía y la teleserie de la once. Las citas a escritores como Millán (“La radio era un artefacto más de la melancolía”), Sergio Hernández (“La tarde es un sollozo contenido”) o Leonel Lienlaf (“Veo ejércitos de pinos”) hablan de una opción por sumergirse en los afectos y las cosas simples observadas por un sujeto que resiente la fragilidad del mundo ajeno y personal. En su momento escribí un pequeño prólogo a este primer libro de Jorge y destacaba en él su capacidad de síntesis, la celebración de la realidad -sin que por ello se excluyera a la nostalgia-, la desvinculación de su poética con el neobarroco que predominó en ciertos escritores de la generación del 2000, a la que pertenecería por cuestiones etarias.
En su nuevo libro Jorge toma otro rumbo para intentar responder las mismas preguntas (“Cuáles las preguntas básicas de la existencia situada/ cual el gesto/ los cuadros de colores que bailan”). Pero intuyo la misma fragilidad de Azúcar, porque las palabras son eso, fragilidad. Así leer al otro es leer su perplejidad frente a la tarde o la noche, la pregunta que se repite de habitación en habitación y que el lenguaje en los ecos de su arbitrariedad deja rebotando en las paredes de la caverna y el mall vacío. Sabemos que la poesía es, desde hace tiempo, un lenguaje de señas en una habitación llena de humo, un braille gastado. Pero insistimos en machacar las palabras contra las cosas como lo haríamos con una bolsa con locos apaleada contra una roca.
Si bien los poemas de Animales lentos tienden a la movilidad del sentido, hay ciertos indicios que en cada texto se despliegan como posibles señales de ruta: la búsqueda de símbolos para “salirse de la enfermedad del yo” es uno de ellos: intento por borrar al sujeto hablante, a ese yo romántico y carmínico, para desembocar en la polifonía. En otro poema lo táctil es el tiempo de la escritura, pero un contacto siempre afectado, un poco falso. Si se escribe también desde el cuerpo y en sus relaciones aparentes con otros cuerpos se produce “el desorden de los íconos…en las aguas móviles de lo vivo”, Volpi propone secuencias de exploración, que luego sugiere invertir para que un otro vuelva sobre las mismas interrogantes. Preguntas sobre preguntas en una semiosis ilimitada, donde queda registro de cada formulación o cada escucha, como si lo relevante fuera eso: el dudoso ingreso a una red de comunicación virtual (la poesía? El recorrido por un paisaje virtual reflejado en la concavidad del espejo que se refleja convexo?). Cito el poema: “Proponer una secuencia_explorarla_invertirla_que otra la vea y la describa: ¿Qué hacía ¿Qué viste? ¿Se relaciona la narración del suceso con la acción? volver a la secuencia ¿Se puede entrar en ella? ¿Cómo se entra al espacio de quien ejecuta la secuencia? presentar un número de preguntas y exponer el registro de sus formulaciones_hacemos la pregunta y usted responde_su respuesta queda registrada_otra vez estamos sugiriendo preguntas_otra vez imágenes de cuerpos_la ampliación_un ingreso dudoso a redes o círculos o líneas aproximadas a cuerpos_otra vez quedarse a escuchar”. El poema siguiente a este continúa la idea de la línea que se acerca al cuerpo, asociando la manualidad de oficios diversos (su orfebrería) con el tejido textual (“-realidad la cestería la –obra la ejecución la – sentarnos para suelo el en manta la ponemos ¿tejidos del usos los cuáles?), rompiendo la coherencia y cohesión en busca de ampliar el entramado que se construye. Escritura de la movilidad o registro de la especulación y el ensayo que significa deambular como animales vivos en un paisaje a ratos desolado. Registro del ensayo y error que le permite transcribir la variación de un mismo poema donde se insiste en lo visual, más que lo lingüístico, o la palabra que se impone capturar la imagen: “Cada corte una pantalla/ cada corte imágenes/ brotan/ la política del registro/ esa estética de la captura/ la captación de tiempo/ palabras que hablen sobre quien escribe/ una escritura que es una parte de algo/ densidades de la imagen/ consistencia de la espera”. Un libro en que la interpretación y búsqueda por los sentidos de la palabra y su realización se cruzan con las interrogantes sobre nuestra capacidad de abrir nuestras experiencias a la sexualidad, el viaje físico y espiritual, el azar y la especulación, el ensayo, la fragmentariedad como antídoto al paradigma y con ello la duda, como no, como forma de intuición y gnosis.
Volpi propone fuego al final del camino, propone también arena, mar, un espejo “algo (que) te dice por acá/ mira esto/ es por este lado”. Pero, por sobre todo, nos entrega una mirada, su mirada, sobre un mundo que se hace y deshace cada día o momento, donde el ser humano o animal (que se vuelca hacia adentro para luego disgregarse en algunos sentidos) parece no querer o no poder echar raíces en ninguna parte. Pero que en su porfía nos entrega, como dice el autor: “las raíces móviles contenidas aquí adentro”.
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