martes, 22 de marzo de 2022


 

Cuatro preguntas para Jorge Volpi


Por Ricardo Herrera Alarcón



Jorge Volpi es licenciado en antropología. Creador e investigador en artes escénicas, ha publicado los libros de poesía Azúcar (2010) y Animales lentos (2016); codirector del proyecto "Estado natural, danza para primera infancia" (2019) y "Materia" (2018) con colectiva Una debacle. Su trabajo se caracteriza por indagar en los cruces entre la escritura, lo performativo y la visualidad.

Tuve el privilegio de conocer a Jorge desde que publicara su primer libro y desde ese momento he seguido la evolución de su poesía y su quehacer artístico. Es la suya una obra tremendamente vital y experimental y su actitud ante el trabajo poético tiene esa dosis de respiración y calle que le permite saltar de los libros a la vida de manera natural. De las relaciones entre cuerpo, movimiento y poesía, y cómo esta última traspasa los límites de la página para permear todo el quehacer cotidiano, entre otras cosas, nos habla Jorge a continuación.


 1. Jorge, tú has realizado un trabajo escénico constante que involucra performance,      danza y teatro. Te quería preguntar cómo dialogan estas manifestaciones artísticas con tu poesía.


Creo que son espacios que están interconectados entre sí, que se mueven y retroalimentan. En todas estas prácticas hay un pensamiento y un hacer poético, la escritura de poesía también es una acción que involucra un cuerpo sensitivo, o que permite la aparición de alteridades, otras voces, diferentes lugares de enunciación. Para mí estas cosas que hago se necesitan unas a otras. Las imágenes que aparecen en mi escritura tienen relaciones, coexisten, aparecen o vienen de otros lugares, en este sentido las acciones que hago —en la performance y la danza— se basan en la premisa de la presencia presente del cuerpo, investigando desde la idea del estar presente, con el cuerpo, en un estado de atención y percepción que se entrena a través de diferentes prácticas corporales, en ese sentido la escritura de poesía comparte ese estado de atención y percepción de lo circundante, porque escribir es un acto que se hace desde un cuerpo que siente y percibe. 

Para mí el primer lugar es el del cuerpo. Desde ahí hay una relación, un diálogo con el entorno, con lo que veo, toco y escucho. Está el silencio y la escucha de los sonidos como espacio atravesado, complejo. Lo que escribo viene y está en un espacio comunicante, es un lugar de silencio y de ruidos. La escritura que hago es en silencio como una danza, como la red que teje una araña en el techo. 

Por otra parte, pensaba en la relación con el tiempo, el hacer poesía me conecta con una idea y un hacer no productivo del tiempo, es un proceso bien lento, donde poco a poco voy encontrando pequeños signos, huellas que voy recolectando hasta componer algo, es una actividad de recolección, una temporalidad que se opone a la idea neoliberal del uso y consumo del tiempo, frente a esa velocidad prefiero observar las hojas que flotan en el agua.


2. Azúcar (2010), tu primer libro, es un trabajo más bien minimalista, centrado en preocupaciones cotidianas y en los cuales se despliega un abanico de imágenes sencillas y antirretóricas, donde el hablante tiende a fundirse contigo como ser real. Por otro lado, Animales lentos (2016) es un texto experimental que dialoga con cierta neovanguardia y juega con el formato, la diagramación, la utilización del plástico, la tipografía, el pixelado y      la fotografía. Quisiera que nos hablaras de ese tránsito entre un libro y otro, en el cual median 6 años.


Azúcar fue el primer libro con un tono más bien íntimo construido desde un lenguaje cotidiano. Hay una conexión con una escritura más primera, cercana a una idea más convencional del poema. Esos textos los escribí en el contexto del taller de poesía de la fundación Neruda que dirigió Guido Eytel entre el 2009 y 2010 en Temuco, entonces en ese momento yo estaba terminando antropología. En este marco temporal aparece Azúcar como un primer paso muy importante, la primera publicación. Entre un libro y otro, hay muchos otros libros, lugares, personas, cosas, quehaceres, viajes y encuentros, comencé a dedicarme más a la danza, la performance, entremedio viví en Valparaíso, Temuco y Coquimbo.

En Animales lentos, emerge la construcción de una escritura desde la experimentación visual y textual, hay una mezcla de materiales de diferentes fuentes, escrituras expandidas, el uso de psicoactivos como experiencia provocadora de imágenes. La estética de Animales lentos tiene que ver con la idea del glitch, el pixel, lo borroso, lo confuso. Hay una búsqueda por experimentar con la escritura, con los materiales desde donde surgen los textos, la idea de la composición textual está muy presente, lo fragmentario, las imágenes y cómo hay vínculos entre las imágenes y los textos. Las imágenes que aparecen en Animales lentos son las que me acompañaron en ese proceso de escritura, también tiene que ver con la idea de ir registrando la aparición de una escritura híbrida, creo que es también producto de una experimentación con otros lenguajes, es como que aquí las cosas ya estaban mucho más confusas y movidas que en Azúcar, que hay un recorrido más claro, en Animales lentos se vuelve más inquietante, la lectura implica un poco más de tiempo. De alguna manera los textos se relacionan con eso indeterminado, un cuerpo que busca, un organismo vivo en expansión, un texto que se mueve. 


3. ¿Cuáles son, hoy en día, tus proyectos artísticos?

Me encuentro trabajando en diferentes proyectos de investigación y procesos creativos relacionados con la poesía, la danza y las artes escénicas. En poesía me encuentro trabajando en el proceso de edición de un texto que espero poder publicar prontamente, en el que he estado lentamente avanzando estos últimos años. También estoy probando ideas entre la escritura y la performance, donde indago en la acción de escribir, instalando la presencia del cuerpo como activador de palabras e imágenes con diferentes materiales como el papel y la luz, son intervenciones en diferentes espacios de las que hay un registro. La palabra actúa como una superficie de significado que es puesta en relación con el espacio específico y los cuerpos que transitan por el lugar. Durante este año he podido investigar en este proyecto en Casa Varas que es un espacio cultural, como también en otros espacios públicos y domésticos. En artes escénicas estoy trabajando desde hace unos años con la colectiva Una debacle donde nos dedicamos a crear con diferentes lenguajes escénicos —danza, teatro de objetos y marionetas— y recientemente con Archivos críticos del cuerpo, un grupo de investigación en torno al archivo, lxs cuerpxs y el territorio local.


4. ¿Qué le dirías a un joven que comienza a escribir?

Le diría a alguien que comienza a escribir que se escuche, que se dé tiempo, que no se presione, que no se apure. Le diría que siga su intuición, que mire por las ventanas con las que se encuentre, que las abra, que respire profundo ese aire, que salga a caminar y escuche las conversaciones de las personas en la calle, que salga de paseo con amigxs que escriban y que hablen mucho de libros, de cine, de recuerdos, y disfrutar los encuentros, le diría que conozca de lxs autores de su territorio, hacer memoria, que se vincule con sus pares. Le diría que lea cuando lo necesite, que salga a andar en bici, a mirar los atardeceres, a escuchar el agua, a sentir el sol, que siga escribiendo lo que quiera, que en ese insistir en la escritura, en ese hacer van apareciendo cosas o se van encontrando huellas, pistas, símbolos. Le diría a alguien que comienza a escribir que comience a mover cosas, a moverse, a seguir su curiosidad y escuchar el ruido que produce ese movimiento. 


publicado en revista Viaje inconcluso, agosto de 2021

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