martes, 22 de marzo de 2022

 




Viaje cyborg / Cuerpo – mutación.

Sobre Animales lentos (Periferias Ediciones –  Arte – Archivo. 2016) 

de Jorge Volpi Bravo.


Por Pablo Ayenao


No recuerdo el año ni tampoco retengo el lugar. Supongo que corría el 2006 o 2007. No lo sé. Era un recital de poesía como tantos otros. Pero esa tarde unos versos quedaron bailando en mi cabeza: “La poesía se parece / a comer todo el día / pan duro con margarina”. La reflexión metaliteraria realizada sin aspavientos ni encuadres épicos despertó mi simpatía. Quizás en aquel momento esa era la definición adecuada. Porque a veces lo adecuado es el eco que resuena después de tantos años. Relato esta anécdota para mencionar que el autor de esas líneas era Jorge Volpi Bravo. Y lo más importante es que dichos versos aparecieron en un bello libro llamado Azúcar, que fue publicado el año 2010, por Poleo Ediciones.

Pues bien, ya han transcurrido seis años de esa publicación. La escritura tiene su propio ritmo, creo, y eso lo refrenda la reposada aparición de Animales lentos, libro con que Jorge Volpi actualiza esos versos alojados en mi mente: la poesía es el pan duro con margarina que cada tanto compartimos con los amigos.

Animales lentos (Periferias Ediciones – Arte – Archivo. 2016) conjuga un doble tránsito. Estamos frente a un recorrido iniciático, quizás épico: “La geometría botánica del viaje, un dibujo en las redes ambulantes, la profunda oscuridad de las incisiones, los dedos que entran a la boca”. Pero también nos encontramos con un desplazamiento genérico. Cabe señalar que en dicho desplazamiento la categorización es inconducente: mutación textual, poética visual, soporte híbrido, hablante multifocal. Nada de eso considero relevante a la hora de abordar Animales lentos. Porque este libro es el conjunto de todos esos elementos, cuyo resultado amplifica lo que concibe. Jorge Volpi sabe que toda clasificación es algo siempre rígido. Y si Animales lentos resulta trascendente es porque elimina cualquier atisbo de frontera.

La zoóloga y filósofa feminista Donna Haraway publicó, en el año 1983, su afamado ensayo Manifiesto Cyborg. En dicho texto Haraway postula, de forma satírica como contraste al feminismo existencialista, una implacable anti/esencia, para sí olvidarse de las semánticas aprehendidas y generar un nuevo orden y lenguaje mediante el quiebre de las divisiones que se nos han impuesto a través de los años: humano / máquina; humano / animal; natural / artificial. Concibo Animales lentos como un viaje ciborg. O mejor dicho, un devenir cyborg. Acá no importan los lugares físicos ni interiores. Importa la huella. Sí. Importa el tranco que confecciona y soporta los materiales que trazan una producción. ¿Qué producción? La producción de un cuerpo – texto que se recompone, agrieta, muta, des/genera, encuentra y articula desde los cruces, lo incierto, lo no catalogado. Estamos frente a una subjetividad que no cree en los límites, que se resiste a la tipologización, que sabe que los imaginarios son siempre ausencia de vértigo y que las identidades no son más que dispositivos reglamentarios: “Cuales las preguntas básicas de la existencia situada / cual el gesto / los cuadros de colores que bailan / el pixel aumentado / la red / las piezas de un puzzle con esferas brillantes en su interior”.

La metáfora ciborg conlleva la configuración de una sintaxis plástica, no alejada de convencionalismos, pero anclada siempre en lo brumoso. Sintaxis desterritorializada, nómade, que genera una poética expansiva, cuyos significantes bullen en cauces ondulantes, rítmicos. Una escritura performática que instala una recreación en todo orden de cosas. Porque un texto que despliega un sofisticado engranaje de los signos es también una interpelación hacia la opacidad de nuestros días: “la actualización hecha a tu máquina, la experiencia estética de ese error o falla en la ejecución de la grafía, el cuerpo cansado o la energía imprecisa”.

Así, la escritura de Volpi es móvil, elástica, alterna. Una escritura que avanza por meandros, que se vaporiza, que inunda. Porque justamente es ese el argot, el destello, la grafía que construye Animales lentos: escritura – movimiento, escritura – transformación, escritura – coreografía, escritura – incisión, escritura – máquina infrarroja, escritura – secuencia, escritura – píxel. Pero, por sobre todo: escritura – búsqueda y escritura – desapego. Al parecer, ya no existen piedras desde donde perdurar y siempre encontraremos agua en sus diversas formas: “Si la vigilia si la guardia si la guarida si los materiales donde vive para poner huevos si el agua dentro de los huevos si su aroma de agua si la situación de flores que despiertan si la situación de una boca esbozando los extremos si la situación de un lenguaje que espera”.        

Por último, quisiera mencionar la secuencia cuerpo – mutación que Animales lentos nos propone. Esta secuencia se configura como un organismo formado por distintas capas de fuego y agua. Un cuerpo en combustión.  Es decir, una máquina vectorial que se encuentra a la deriva, en transformación / transmutación.  Siguiendo los planteamientos de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, segundo volumen de Capitalismo y  esquizofrenia, podríamos señalar que estamos en presencia de un cuerpo sin órganos. Es decir, cuerpo que se erige y escenifica desde la experimentación. Cuerpo animal vaciado de contenido, desarticulado, desaprendido. Cuerpo que, según Baruch Spinoza, debemos abrir a potencias transformadoras, para que así se regenere, se reapropie hasta la última molécula: “Hacer el cuerpo un espacio abierto, hacer ese espacio vacío antropometrías momentáneas o zoometrías comunes, una paloma parada sobre un cráneo / un ave atrapando una serpiente”.

En síntesis: la poética de Jorge Volpi es potencia y reguero, húmedo vestigio ciborg.

No obstante, lo único que sabemos es que al final del viaje encontraremos fuego. Sabemos que al final del viaje encontraremos agua. Sabemos que al final del viaje encontraremos un cuerpo en combustión. Sabemos que al final del viaje encontraremos la escritura.

Y finalmente, sabemos que la escritura es un animal lento.


 Publicado en Revista Elipsis, junio, 2020

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